¿Dónde está la vida?

- ¡Jane, espera! - gritaba inútilmente Paul.
Jane corría y corría calle abajo, sin detenerse, sin mirar hacia atrás. Corría con la desesperación acelerada en sus pies, que parecían volar con cada zancada. Sus jadeos rechinaban en su sien, se ahogaba y la garganta le pedía un respiro. Pero no había respiro para Jane, se estaba dejando la vida en aquella huida.
- ¡Jane, espérame! ¡Por favor! ¡Para!
Paul trotaba a una distancia considerable de ella, dando trompicones y con la vista empañada por las lágrimas. Pero no le importaba no divisar las calles, ni la calzada. Él sólo se fijaba en la borrosa figura que corría delante de él.
Gritaba desgarrándose la voz entre sofoco y sofoco aunque sabía que ella no conseguía escucharle. Sabía que no iba a llegar a tiempo. Sabía que esa sí era su última vez y se sentía engañado, atormentado, se sentía víctima y culpable.
Entonces, al llegar a la esquina, Jane se detuvo y se volvió para mirarle. Paul, a demasiados metros de ella, también.
Llevaba el pelo en la cara, revuelto, sudoroso y aún así, brillaban los reflejos dorados.
Paul miró aquellos ojos verdes en los que tantas veces se había perdido y supo que no volvería a verlos.
La fina lluvia bañaba las calles.
Ella había desaparecido, pero Paul volvía a correr calle a bajo hasta llegar a aquella esquina. Aquel horizonte que se la había llevado, aquel abismo.
La lluvia, ahora era un diluvio. El réquiem por un amor deshojado.
Paul miró al cielo completamente empapado y, tras escuchar el trueno que daba comienzo a la tormenta, llorando dijo:
- Yo también la echo de menos.

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