Sigamos fingiendo que podemos ser amigos.

No pienses más en esto. No te tortures pensando en que pudiste haber hecho más. Si te soy sincero, me gustaban algunas pequeñas cosas de ti pero eso no fue suficiente. No fue suficiente que pudiera compartir las cosas que me gustan contigo, ni que me quisieras con mis virtudes y defectos. No llegaste a ser mi último pensamiento del día, ni siquiera estabas en mi pensamiento entre horas. Nunca esperé una llamada tuya y nunca quise llamarte para escuchar tu voz, no hay canciones que me recuerden a ti, ni lugares, ni siquiera me acuerdo de ti cuando escucho tu nombre. Estuve con muchas chicas sin importarme lo que tú sentías, de hecho, ahora tampoco me importa. No me importa que llores por mí o que lo pases mal. Puedes llamarme cabrón y todo lo que tú quieras, pero esto es así, nunca va a ser como tú quieres que sea. Nunca voy a sentir nada por ti, nunca voy a abrazarte y nunca vamos a pasear de la mano por la calle. No vamos a tener primer mes, ni segundo, ni tercero, ni siquiera vamos a tener primer beso, nada. Así que, olvida todo esto, no insistas más en lo que te hace daño y sigamos fingiendo que podemos ser amigos.

Otro día sin su voz.

Otro día. Otro día exactamente igual a todos los demás. Te levantas, desayunas y sales a la calle. Te pasas todo el día fuera para evitar pensar, para no estar pendiente de ese maldito aparatito con números. Comes, bebes, sonríes. Charlas con la gente, lees el periodico, recorres la ciudad, haces compras y de vez en cuando miras el teléfono. Y te entristeces al darte cuenta de que sigue igual que siempre, no hay ninguna llamada suya, ni siquiera un mensaje. Miras por un instante ese pequeño objeto que tienes en la mano y te dan ganas de estamparlo contra la pared más cercana, lo piensas por unos segundos y te lo guardas en el bolsillo. Sigues con tu día. Con tu rutina. Es de noche y llegas a casa. Abres la puerta y de repente sientes una oleada de tristeza y miedo. Miras a tu alrededor y te das cuenta de que tu casa te asfixia. Entras al salón y miras hacia el mueble donde tienes el teléfono fijo. A lo mejor ha dejado un mensaje en el contestador. Te acercas y sientes una oleada de rabia. No hay nada, ni mensajes, ni llamadas, nada. Vas a la cocina y te haces un sandwich. Te lo comes en el sofá. Enciendes la televisión. Una película romántica. Cambias de canal, no te apetece ver parejas besándose y diciéndose lo mucho que se quieren, hoy no. Un programa de corazón. Vuelves a cambiar de canal, no te importa la vida de esas personas desconocidas. Apagas la tele. Te pones a leer un libro. Por el amor de Dios, uno de los personajes tiene su nombre. El mundo está en tu contra. Dejas el libro. No puedes escuchar música, eso sería un acto suicida. Sales al balcón. Huele a verano, sonríes. Miras a la gente que está en la calle. Hay dos chicos hablando en el portal, unos niños en el banco, sus madres ríen un poco más lejos. Más lejos todavía, a la derecha, hay un hombre paseando a su perro. Te gustaría ser el perro para correr por el parque con un palo en la boca, sin preocupaciones. Te dan ganas de reír por pensar eso. Le dejas un poco de intimidad al perro y a su amo, miras hacia la izquierda. Ves a una pareja besándose en el parque. Sientes envidia. Tus ojos se llenan de lagrimas. En tu estado, la ciudad es un campo de minas. Decides entrar a casa y una vez dentro, escuchas la musica. Su musica. Esa que tú le has puesto. Es tu móvil. Está sonando. Tu corazón se acelera. Te sudan las manos. Ahora mismo solo piensas en una cosa: Su voz. Corres hacia el teléfono y lo coges sin mirar quien es. Pronuncias un "¿sí?" con miedo. Sonríes al escuchar la voz que esta al otro lado, pero no logras engañarte. Esa no es la voz que esperabas. No es su voz. Te sientes ridícula por pensar que hoy iba a ser diferente. No ha sido diferente. Todo sigue igual. Solo ha sido un día cualquiera. Otro maldito día sin su voz.

Así es ella.

Ellender era de esas personas que colocaban los puntos sobre las "íes", los rabitos de las "tes" o las tildes –según qué idioma- tras haber escrito una palabra completa.
No le gustaba que el pelo mojado se le pegara a la espalda nada más salir de la ducha, se lo envolvía con una toalla lo antes posible y se inundaba del vapor de la estancia después.
No le gustaban las personas que hacían ruido al comer, ni aquellas que hacían preguntas tan evidentes que resultaban molestas.

“Ellen, ¿ya has llegado?”
“No, acabo de entrar por la puerta, pero era broma”.

Siempre temía pillarse los dedos con alguna puerta al cerrarla tras de sí, y aún sabiendo lo altas que podían ser las probabilidades, nunca las cerraba tirando del pomo.
Cuando se le salían los cordones, siempre aprovechaba que los semáforos se pusieran en rojo para metérselos en las zapatillas, nunca se los ataba correctamente.
Le hacía gracia chafar las preguntas retóricas.

“Vaya, y el tío va y me dice eso, como si nada, ¿no es gracioso?”
“No”.

Le encantaba utilizar el sarcasmo y el humor retorcido, pero pocas personas lo entendían, siempre terminaba riéndose ella sola. Sin embargo el humor estúpido le hacía bastante gracia.
No le gustaban los niños, y odiaba a la gente que se menospreciaba continuamente aún a sabiendas de que no lo pensaba realmente, simplemente para buscar elogios y buenos comentarios.

Pero, sobre todo, ella era cabezota, muy cabezota. Si algo se le metía entre ceja y ceja, lo veía siempre como la primera prioridad, descartando todo lo irrelevante para otra ocasión, o quizás para guardarlo en un cajón definitivamente y no sacarlo nunca más.
Y ahora tenía una prioridad.
Tenía, tuvo…tiene. Realmente siempre había estado ahí.

Matadme.

No sabías la importancia que tiene todo, y confiabas plenamente en la nada. Siempre estabas seguro, no había remordimientos; quizás te has estropeado. La imagen que tienes de ti mismo es una pantalla publicitaria, y ni siquiera te habías descubierto hasta ahora; y eres tú el que no quiere darse cuenta de que algo ha cambiado, la rutina se ha rajado y ha dejado pasar una poderosa infección, algo de lo que no te has vacunado.
Ya no eres inmune. Todo lo que temías ha tomado posesión de ti mismo y no puedes ni pensar sin que esos gérmenes te azoten la memoria más reciente. Das vueltas, pero no puedes escapar de ti mismo, te contradices y vuelves a caer, no tiene final, no vas a lograr entenderlo sin causarte una lesión. Te convences mentalmente de que tú no puedes ser como los demás, no estás hecho para eso, pero es todo una mentira.
Mientes demasiado bien.
Pero, amigo, sí que tiene importancia. ¿No lo sabías? Ya no es lo que era, no, ahora todo es mucho peor. Lo irónico es que todo es culpa tuya, tú te lo has causado y tú asumirás las consecuencias sin ayuda de nadie.
Quieres volver a meterte en el cascarón, no dependes de nadie, nunca lo has hecho. A veces piensas que habrías necesitado un poco de atención, así no sería como es ahora. El problema es que no sabes cómo funciona esto, es completamente desconocido para ti, no tienes ningún manual, te sientes como un defecto de fábrica. ¿Eso te hace especial? No, eso te hace idiota.
Quieres sentirte bien, y de hecho, siempre lo consigues. Eres un hipócrita que no valora las cosas, y eso te causa una media sonrisa que siempre irrita al más débil, pero te consideras fuerte, ni siquiera esto va a poder contigo.
Te aferras a esa idea. No puedes cambiar y seguir ocultándote información, ésta se ha filtrado y te has enterado de cosas, cosas que han salido de ti mismo. Las ignoras, todo tiene que seguir su curso, es así de curioso.
Tú eres así de curioso, eres inusual, y no te pueden descubrir.
¿Me entiendes?
Ya, supongo que no.

Nadie es nadie.

Todo el mundo había olvidado ya su nombre verdadero, ahora era conocida como Nadie.

Nadie se pasaba el día sentada en el mismo banco, con la misma expresión y la misma postura todos los días del año. A ella le daba igual que lloviera, tronara, hiciera un sol abrasador o que un huracán se estuviera llevando la cuidad por los aires.
Cada día estaba más pálida y delgada. Le quedaba poco tiempo pero no le importaba, es más, lo agradecía en silencio ya que Nadie había dejado de hablar tiempo atrás. La verdad es que había dejado de hacer todo. Se limitaba a sentar su frío y frágil cuerpo en ese maldito banco de piedra con las piernas juntas y las manos sobre su regazo en el que nunca faltaba un bote de pastillas que calmaban sus ataques de ansiedad y paraban los temblores que le invadían, el pequeño espejo rojo en el cual contemplaba su reflejo cada quince minutos y la vieja foto que hacía que unas lágrimas amargas rodaran por sus mejillas cuando su oscura mirada vacía se posaba en ella.


A Nadie le quedaba poco y a nadie le importaba.


Y lo cierto es que a nadie le importaba Nadie porque nadie conocía su historia ya que os aseguro yo que si alguna de esas marionetas supiera todo lo que sufrió (y sufre) llorarían su pena y al verla allí tan sola, perderían un pedacito de su ser. No se atreverían a pasar por su lado escupiendo al suelo y murmurando un “puta anoréxica chiflada” con esa mirada punzante y ese asco comprimido en la voz que aún hace que me entren unas ganas incontrolables de vomitar ahora mismo mi desayuno. No hablarían mal de ella, ¡ni le tirarían migas de pan para ver si pierde el control y se abalanza sobre ellas como si fuera una salvaje, escoria!
Esos idiotas manejados por un ser estúpido no se dan cuenta de son ellos mismos la mierda que pudren el mundo y critican y tratan mal a mi pequeña Nadie. Pero si supieran todo... si supieran todo, sentirían lástima aunque a ella no le guste.


Si me enfado tanto es porque la han olvidado, porque ya no recuerdan como era antes de cambiar. En cambio yo no puedo olvidarla, su recuerdo sigue vivo en mí como si ella estuviera aquí, ahora, conmigo, a mi lado. Es normal que la recuerde perfectamente porque significó todo para mí.
Ella era perfecta.
Unos preciosos tirabuzones color dorado le caían por la blanca cara de muñeca de porcelana y sus hermosos y grandes ojos verdes estaban llenos de vida y de ternura, no como ahora. Le gustaba comer palomitas mientras veía películas de amor y yo le acariciaba una de esas largas y perfectas piernas que tenía. Su sonrisa, su sonrisa también era perfecta y siempre dejaba entrever una hilera de dientes blancos, brillantes, alineados a la perfección. A pesar de que digan que los rostros perfectos no existen yo os puedo asegurar que ella tenía uno.


Puede que esté abusando mucho de perfecta pero es que esa era la palabra que la definía. No podéis ni imaginaros la sonrisa que se dibujaba en mi rostro al verla o simplemente al pensar en ella. Me llenaba de una felicidad que no me cabía dentro y me hacía sentir vivo. Dulce, era dulce con todo el mundo y regalaba sonrisas incluso a quien no se las merecía. Era un sol, era mi sol hasta que se ahogó en el reflejo de la luna.


Alguien la destrozó.


Arrancó su suave piel y la colgó de un palo para hacerse una bandera. Apagó sus brillantes ojos y cerró esa carnosa boca rosada con dolor, desgarró su carne y la puso en el cacharro de su perro para que este se diera un festín. Cogió sus intestinos y los enroscó alrededor de su cuello para ahorcarla y así parar sus pulmones con los cuales se hizo unos preciosos zapatos. Espachurró su delicado y frágil corazón que más tarde troceó para luego tirarlo al suelo y pisotearlo como a las cucarachas. Quemó con ácido sulfúrico sus ilusiones, sus esperanzas y arrastró por el frío y duro asfalto sus ganas de vivir mientras una escalofriante risa salía de su garganta y lo llenaba todo. Y no quedó ahí la cosa. Lo que quedaba de ella lo tiró en ese banco, de ese parque, al que íbamos siempre que podíamos y le dejó como recuerdo la foto para que nunca jamás se olvidara de él y tuviera siempre presente lo que había pasado.


No fue culpa de ella. Nada fue culpa de ella. Solo fue una víctima de dos cabrones que se divirtieron una noche en la que la bebida sobraba y las drogas estaban presentes. Nadie pensó que eso le fuera a afectar tanto, a muchas personas le había pasado y un bajo porcentaje (muy bajo a decir verdad) se había muerto. Pero claro, ella era especial en todos los sentidos. No pudo soportar que hubiese otra, ni siquiera aunque fuese solo una triste noche y fue la perdición.


Yo intenté decírselo.
Intenté que ese mamón no la matara. Lo intenté con todas mis fuerzas. Os juro que mataría al hijo de puta que le hizo eso. Porque ella no se lo merecía. El que debería estar muerto en un banco desnutrido, deprimido y solo debería de ser el capullo que la engañó. Y yo lo busqué con toda mi alma, lo juro.




Mentira. La verdad. La verdad es que fue todo culpa mía.

Yo fui el estúpido al que se le fue la mano una noche con otra y marcó la vida de Natalie para siempre.

Sí, así se llamaba mi vida: Natalie.
Oye chica, tu... tu tienes talento.
Tu tienes ese algo que te va a llevar lejos.
Ese algo que te separa de nosotros.
Yo quiero tu algo, me da una envidia tremenda ¿sabes?
No se como decirtelo cuando tu ya lo sabes. Es como cuando vas por la calle y pasas por delante de ese cuarentón de la oficina de en frente y sabes, casi seguro, que te sonreirá y cuando pases, se girará y te mirara con cara de asaltacunas. Y por eso, por que lo sabes, le sonries tu antes y te giras para guiñarle un ojo. Lo cual le deja fuera de si, y te giras de nuevo y hechas una risilla malevola como cuando comias chocolate a escondidas de pequeña.
Es esa inocencia tuya, que ya cumplidos los 15 mantienes.
Niña, te veo ahí tumbada en tu cama, abrazada a tu almohada entre tus mil millones de peluches, y me das una envidia tremenda. Cosa mala me empieza a parecer. Por que, se que todas esas cosas no las aprecias como yo, y como se que nunca las vas a perder, doy por hecho que nunca las apreciarás. Y por eso, pequeñaja, te escribo todos los dias en la pizarra que te quieras un poco mas y quieras a los demás un poco menos, que se que todo lo que haces, es por hacer felices a los que te rodean, y, en definitiva, a todos los demás.


Tu sigue soñando y no pierdas ese algo que envidio, que sino, yo te perderia a ti, y, al contrario que tu, soy terriblemente egoista.


(Texto que me dedico una gran escritora, Angela, gracias me ha encantado)

Porque a veces es mejor estar sola.

Miras a tu alrededor y lo único que ves es a un puñado de niñatos que no tienen ni idea ni de donde pisan ni a qué se enfrentan cuando defienden algo de lo que a penas saben.

Está bien que sigamos ejemplos, tomemos modales... Que nos dispongamos a ser respetuosos como los demás, o que nos enseñen lo que está bien o está mal. Pero no se le puede enseñar a una persona cómo ha de pensar o cuáles deben ser sus ideales frente a alguna situación o a alguien.


Lo oyes hablar en casa de "tal manera", y si tus padres o familia lo dicen, ES QUE ESO ES LO MEJOR, lo bueno, lo más inteligente, lo práctico...
No os dejeis llevar más; Tu criterio no siempre va a concordar con el de los demás, e incluso habrá momentos en los que tengas que luchar para demostrar tu opinión y que la valoren... Pero nadie se da cuenta de que conforme vas creciendo, te van metiendo pájaros en la cabeza y a hacerte creer algo de lo que no tienes que estar de acuerdo SI TÚ NO QUIERES.



Y dicen que la juventud de hoy en día es demasiado liberal, pero... a la hora de expresar sus opiniones se pueden ver perfectamente los tejemanejes de las cuerdas que llevan a la marioneta.

Mi vida en 65 minutos.

- Porque te quiero en 65 palabras. Te quiero porque creo que entiendes como soy. Te quiero porque a ti te puedo contar lo que a nadie le puedo contar, porque puedo sentir que mi vida a tu lado cobrará sentido y dejará de ser vacía. Te quiero porque me preguntaste cuantos años tenía cuando murió mi padre, y eso nadie me lo había preguntado jamás. Te quiero tanto que me gustaría...

- ¿Qué te gustaría?

- No sé, no lo he podido escribir. Se me agotaron las palabras, 65 son muy pocas, ¿no?

Realidad.

Siento que me decepciono y que decepciono a todo el mundo. Bonita cara y a sonreír. Pasear por las calles mojadas, arrancar pétalos y la lluvia en los ojos. ¿Estaba llorando o eran las gotas de lluvia? Me confunden las personas que pasean a mi lado, no las conozco, me hablan pero no les entiendo. ¿Soy sólo yo o es que nadie se da cuenta? Todos los días la misma rutina ,las mismas caras, voces, las mismas pupilas me examinan de arriba a abajo, haz esto, haz lo otro, muy mal, no, a si tampoco... Y volver a dormir sin pensar, o tal vez no querer recordar. Y levantarse, no poder quedarse en la cama pensando en ti y tener que caminar por las calles mojadas otra vez, ver la misma gente, espera... esto se me repite, si, se repite día a día... coger un autobús y esperar. Llegar, estar, irse, volver, caer, odiar, ¿amar? Volver a tu hogar y no sentir nada, frío, si quizás mucho frío, no, congelado. Ojala pudiera tirarlo todo por la ventana, ver los papeles caer como hace unos años e inmortalizar ese instante, salir por ahí sin pensar en nada, nada absolutamente. Correr, correr mucho por las calles, resbalar, caer, levantarse y correr hacia cualquier sitio, no sabes como me gustaría correr y largarme de aquí, ir hacia ti y olvidarme de las preocupaciones del día a día. Sólo quiero una mañana blanca de enero en la playa entre tus brazos.Suena el despertador ,bonito sueño, volver a despertarse, coger un autobús… ¿Negativa yo? No, realista.