Así es ella.

Ellender era de esas personas que colocaban los puntos sobre las "íes", los rabitos de las "tes" o las tildes –según qué idioma- tras haber escrito una palabra completa.
No le gustaba que el pelo mojado se le pegara a la espalda nada más salir de la ducha, se lo envolvía con una toalla lo antes posible y se inundaba del vapor de la estancia después.
No le gustaban las personas que hacían ruido al comer, ni aquellas que hacían preguntas tan evidentes que resultaban molestas.

“Ellen, ¿ya has llegado?”
“No, acabo de entrar por la puerta, pero era broma”.

Siempre temía pillarse los dedos con alguna puerta al cerrarla tras de sí, y aún sabiendo lo altas que podían ser las probabilidades, nunca las cerraba tirando del pomo.
Cuando se le salían los cordones, siempre aprovechaba que los semáforos se pusieran en rojo para metérselos en las zapatillas, nunca se los ataba correctamente.
Le hacía gracia chafar las preguntas retóricas.

“Vaya, y el tío va y me dice eso, como si nada, ¿no es gracioso?”
“No”.

Le encantaba utilizar el sarcasmo y el humor retorcido, pero pocas personas lo entendían, siempre terminaba riéndose ella sola. Sin embargo el humor estúpido le hacía bastante gracia.
No le gustaban los niños, y odiaba a la gente que se menospreciaba continuamente aún a sabiendas de que no lo pensaba realmente, simplemente para buscar elogios y buenos comentarios.

Pero, sobre todo, ella era cabezota, muy cabezota. Si algo se le metía entre ceja y ceja, lo veía siempre como la primera prioridad, descartando todo lo irrelevante para otra ocasión, o quizás para guardarlo en un cajón definitivamente y no sacarlo nunca más.
Y ahora tenía una prioridad.
Tenía, tuvo…tiene. Realmente siempre había estado ahí.

Matadme.

No sabías la importancia que tiene todo, y confiabas plenamente en la nada. Siempre estabas seguro, no había remordimientos; quizás te has estropeado. La imagen que tienes de ti mismo es una pantalla publicitaria, y ni siquiera te habías descubierto hasta ahora; y eres tú el que no quiere darse cuenta de que algo ha cambiado, la rutina se ha rajado y ha dejado pasar una poderosa infección, algo de lo que no te has vacunado.
Ya no eres inmune. Todo lo que temías ha tomado posesión de ti mismo y no puedes ni pensar sin que esos gérmenes te azoten la memoria más reciente. Das vueltas, pero no puedes escapar de ti mismo, te contradices y vuelves a caer, no tiene final, no vas a lograr entenderlo sin causarte una lesión. Te convences mentalmente de que tú no puedes ser como los demás, no estás hecho para eso, pero es todo una mentira.
Mientes demasiado bien.
Pero, amigo, sí que tiene importancia. ¿No lo sabías? Ya no es lo que era, no, ahora todo es mucho peor. Lo irónico es que todo es culpa tuya, tú te lo has causado y tú asumirás las consecuencias sin ayuda de nadie.
Quieres volver a meterte en el cascarón, no dependes de nadie, nunca lo has hecho. A veces piensas que habrías necesitado un poco de atención, así no sería como es ahora. El problema es que no sabes cómo funciona esto, es completamente desconocido para ti, no tienes ningún manual, te sientes como un defecto de fábrica. ¿Eso te hace especial? No, eso te hace idiota.
Quieres sentirte bien, y de hecho, siempre lo consigues. Eres un hipócrita que no valora las cosas, y eso te causa una media sonrisa que siempre irrita al más débil, pero te consideras fuerte, ni siquiera esto va a poder contigo.
Te aferras a esa idea. No puedes cambiar y seguir ocultándote información, ésta se ha filtrado y te has enterado de cosas, cosas que han salido de ti mismo. Las ignoras, todo tiene que seguir su curso, es así de curioso.
Tú eres así de curioso, eres inusual, y no te pueden descubrir.
¿Me entiendes?
Ya, supongo que no.