Nadie es nadie.

Todo el mundo había olvidado ya su nombre verdadero, ahora era conocida como Nadie.

Nadie se pasaba el día sentada en el mismo banco, con la misma expresión y la misma postura todos los días del año. A ella le daba igual que lloviera, tronara, hiciera un sol abrasador o que un huracán se estuviera llevando la cuidad por los aires.
Cada día estaba más pálida y delgada. Le quedaba poco tiempo pero no le importaba, es más, lo agradecía en silencio ya que Nadie había dejado de hablar tiempo atrás. La verdad es que había dejado de hacer todo. Se limitaba a sentar su frío y frágil cuerpo en ese maldito banco de piedra con las piernas juntas y las manos sobre su regazo en el que nunca faltaba un bote de pastillas que calmaban sus ataques de ansiedad y paraban los temblores que le invadían, el pequeño espejo rojo en el cual contemplaba su reflejo cada quince minutos y la vieja foto que hacía que unas lágrimas amargas rodaran por sus mejillas cuando su oscura mirada vacía se posaba en ella.


A Nadie le quedaba poco y a nadie le importaba.


Y lo cierto es que a nadie le importaba Nadie porque nadie conocía su historia ya que os aseguro yo que si alguna de esas marionetas supiera todo lo que sufrió (y sufre) llorarían su pena y al verla allí tan sola, perderían un pedacito de su ser. No se atreverían a pasar por su lado escupiendo al suelo y murmurando un “puta anoréxica chiflada” con esa mirada punzante y ese asco comprimido en la voz que aún hace que me entren unas ganas incontrolables de vomitar ahora mismo mi desayuno. No hablarían mal de ella, ¡ni le tirarían migas de pan para ver si pierde el control y se abalanza sobre ellas como si fuera una salvaje, escoria!
Esos idiotas manejados por un ser estúpido no se dan cuenta de son ellos mismos la mierda que pudren el mundo y critican y tratan mal a mi pequeña Nadie. Pero si supieran todo... si supieran todo, sentirían lástima aunque a ella no le guste.


Si me enfado tanto es porque la han olvidado, porque ya no recuerdan como era antes de cambiar. En cambio yo no puedo olvidarla, su recuerdo sigue vivo en mí como si ella estuviera aquí, ahora, conmigo, a mi lado. Es normal que la recuerde perfectamente porque significó todo para mí.
Ella era perfecta.
Unos preciosos tirabuzones color dorado le caían por la blanca cara de muñeca de porcelana y sus hermosos y grandes ojos verdes estaban llenos de vida y de ternura, no como ahora. Le gustaba comer palomitas mientras veía películas de amor y yo le acariciaba una de esas largas y perfectas piernas que tenía. Su sonrisa, su sonrisa también era perfecta y siempre dejaba entrever una hilera de dientes blancos, brillantes, alineados a la perfección. A pesar de que digan que los rostros perfectos no existen yo os puedo asegurar que ella tenía uno.


Puede que esté abusando mucho de perfecta pero es que esa era la palabra que la definía. No podéis ni imaginaros la sonrisa que se dibujaba en mi rostro al verla o simplemente al pensar en ella. Me llenaba de una felicidad que no me cabía dentro y me hacía sentir vivo. Dulce, era dulce con todo el mundo y regalaba sonrisas incluso a quien no se las merecía. Era un sol, era mi sol hasta que se ahogó en el reflejo de la luna.


Alguien la destrozó.


Arrancó su suave piel y la colgó de un palo para hacerse una bandera. Apagó sus brillantes ojos y cerró esa carnosa boca rosada con dolor, desgarró su carne y la puso en el cacharro de su perro para que este se diera un festín. Cogió sus intestinos y los enroscó alrededor de su cuello para ahorcarla y así parar sus pulmones con los cuales se hizo unos preciosos zapatos. Espachurró su delicado y frágil corazón que más tarde troceó para luego tirarlo al suelo y pisotearlo como a las cucarachas. Quemó con ácido sulfúrico sus ilusiones, sus esperanzas y arrastró por el frío y duro asfalto sus ganas de vivir mientras una escalofriante risa salía de su garganta y lo llenaba todo. Y no quedó ahí la cosa. Lo que quedaba de ella lo tiró en ese banco, de ese parque, al que íbamos siempre que podíamos y le dejó como recuerdo la foto para que nunca jamás se olvidara de él y tuviera siempre presente lo que había pasado.


No fue culpa de ella. Nada fue culpa de ella. Solo fue una víctima de dos cabrones que se divirtieron una noche en la que la bebida sobraba y las drogas estaban presentes. Nadie pensó que eso le fuera a afectar tanto, a muchas personas le había pasado y un bajo porcentaje (muy bajo a decir verdad) se había muerto. Pero claro, ella era especial en todos los sentidos. No pudo soportar que hubiese otra, ni siquiera aunque fuese solo una triste noche y fue la perdición.


Yo intenté decírselo.
Intenté que ese mamón no la matara. Lo intenté con todas mis fuerzas. Os juro que mataría al hijo de puta que le hizo eso. Porque ella no se lo merecía. El que debería estar muerto en un banco desnutrido, deprimido y solo debería de ser el capullo que la engañó. Y yo lo busqué con toda mi alma, lo juro.




Mentira. La verdad. La verdad es que fue todo culpa mía.

Yo fui el estúpido al que se le fue la mano una noche con otra y marcó la vida de Natalie para siempre.

Sí, así se llamaba mi vida: Natalie.